IN•FINITO / Protografías / Oscar Muñoz
I N • F I N I T O
(Experiencia de la exposición Proto-grafías en el Museo del Banco de la República)
Una leve sensación de calor, un domingo húmedo y caluroso hacía que mi cuerpo sudara suavemente sobre mi ropa mientras me colaba por entre la gente que salía a las calles para disfrutar de la ciclovía; daba pasos pausados entre niños embadurnados de helado, obleas chorreantes y salpicones apetitosos. Subí entre las calles sin ningún apuro y poco a poco la multitud fue diluyéndose, concentrándose mayormente en los coches de bebé adaptados para vender dulces o en los puestos de lata llenos de aceite hirviendo ubicados en las esquinas.
Lentamente fui acercándome al museo del banco de la república, entre a través de una abertura de una pared de vidrio, note que cambiaron la entrada del museo y el pasillo se ve mucho más amplio y dos caras me recibieron, una sonriente, la otra no tanto, tal vez estar en medio de ese calor con uniforme hace que, sin querer queriendo, le hagas una mueca envidiosa a las personas que entran holgadamente. Seguí mi camino hasta llegar a las escaleras que daban la entrada a la exposición de Oscar Muñoz, los escalones se me hicieron interminables, creo que pudo haber sido el calor y esa humedad (de la que habla Caicedo cuando se refiere al infierno pachanguero) que no cesaba de entrarme por la nariz o aquel habito que ya no te permite respirar como cuando niño debido al humo.
En la pared de la entrada me encontré con varios Frankenstein, partes de cuerpo unidos que formaban un solo cuerpo reconfigurado, retazos de otros tiempos y otros lugares condensados en un tejido que me hacía recordar las formas artesanales de nuestro país. Muñoz, a manera de médico del cuerpo-tiempo, revisa la línea de movimientos y transformaciones y sus registros, y entrelaza de forma sensible sus temporalidades en una sola, una sola en doce veces, doce veces que forman un cuerpo que se reconfigura en constelaciones de hechos y alegrías y penas y decesos y triunfos, un cuerpo que da cuenta de un tiempo cíclico y no de uno lineal.
Quise darme el tiempo de leer el texto curatorial antes de entrar y noté que la pared estaba bastante roída, ha debido ser toda una odisea poner un plotter de corte sobre tal superficie, mientras surfeaba por las letras de Roca me encontré con un párrafo que me llamó mucho la atención, decía que “el uso de elementos fundamentales hacían referencia a procesos cíclicos de la vida” el agua, el aire y el fuego forman una metáfora sutil a través de los nuevos medios tecnológicos para hablar de los temas existencialistas que siempre nos han interesado, que, por más modernos que nos veamos en la historia y después de haber pasado la ilustración, el renacimiento, y nos ubiquemos en la pos-modernidad (aunque los colombianos seamos bastante barrocos todavía) toda la existencia del hombre se sigue basando en satisfacer sus deseos más primitivos, y la manera en que se organiza sigue siendo bastante instintiva y salvaje, siempre retornamos a los temas fundamentales a los que rodeamos y acariciamos sin poder darles una explicación, y es que encuentro el trabajo de Oscar Muñoz bastante existencialista, tratar de fijar una imagen en medio de un líquido, de algo que se deforma y se forma, y la imposibilidad de lograrlo pero sin dejar de intentarlo tercamente, parece bastante agobiante todo este proceso, o tal vez las obras funcionan como un narciso y terminamos viéndonos reflejados en ellas tratando de encontrarnos a nosotros mismos.
Al entrar dude si pisar o no pisar el suelo, ya que estaba una ciudad recubierta de cristales, luego entendí que hacia parte de la estrategia del curador crear esa incertidumbre al espectador desprevenido, di un paso seguro después de mi razonamiento… miento, sinceramente lo di después de ver a la celadora pasándole por encima varias veces sin inmutarse, comencé entonces a recorrer aquella ciudad, luego de unos minutos entro una familia con tres niños, aquellos niños no tuvieron el mismo temor que yo tuve al enfrentar la obra, apenas divisaron algo que brillaba en el suelo salieron corriendo y saltaron encima de ella, de la ciudad, cuando el papá inadvertido, y como yo, agobiado por el calor, trataba de hallarle forma a aquella masa gris en el suelo, su hijo, un niño pequeño con peinado de honguito le dice:
- “Mira papá, estoy sobre una ciudad rota”.
No podía parar de reír mientras los celadores trataban de controlar a los niños, quienes corrían de aquí para allá disfrutando todo lo que veían y haciendo juicios mucho más inteligentes que cualquier persona con cara de brazo de reina reposado o champagne recalentada con los que uno se encuentra siempre en los museos (Dios nos libre). Dirigí entonces la mirada hacia unos dibujos de carboncillo deliciosos, como agua para los ojos, con unos balances de luz y sombra que me recuerdan mis clases de fotografía en la alianza francesa, en donde me dijeron (y yo me lo creí) que una buena fotografía en blanco y negro se caracterizaba por tener un negro profundo, un blanco profundo y una variada escala de grises, leí la fecha y observe la temática y supe que estos dibujos eran pertenecientes a una etapa temprana de la producción de Muñoz, noté que desde ese momento su interés por la fotografía ya estaba implantado y creo, los dibujos están hechos también como las primeras piezas “Frankenstein” de la entrada, por la unión de tres fotografías, tres escenas diferentes unidas que forman un solo tiempo, un solo dibujo. Aquellas piezas, más que ser una imagen congelada, logran que uno como espectador complete el movimiento siguiente, al menos unos 5 segundos después, una sensación de inquilinato entra a los archivos de nuestra memoria y encuentra varios referentes de los cuales aferrarse, las baldosas frías y enceradas de color vino tinto, las paredes de las que ya cuelga la pintura resquebrajada, las postales del divino niño o el sagrado corazón que ya toman ese color amarillo viejo, casi se puede oír a los niños gritando mientras corren, y ver la luz entrando por el pasillo mientras uno avanza, aquellas baldosas de colores y textura áspera que son el campo de juego de canicas transparentes y blancas, más que una presencia, Muñoz logra crear una sensación en esos primeros dibujos a carboncillo.
Seguí entre las personas, la sala no estaba vacía, sin embargo tampoco estaba llena, y eso permitía estar mucho más a gusto, si la sala esta vacía te sientes muy vigilado por los celadores y sus miradas inquisidoras, pero si la sala está llena no puedes mirar nada, no puedes caminar y además se terminan rozando incómodamente los cuerpos como en el transporte público (en Colombia sucede cada mil años y no en los museos, de cuando acá se llenan los museos, eso solo me ha pasado en art-bo o en “Bodies” paradójicamente), la sala estaba en un equilibrio bastante placentero como para dedicarle un buen tiempo a cada pieza, observé entonces unos retratos en unos marcos bastante caseros, que me remitían a los retratos que están en la casa de cualquiera de mis 16 tías y tíos por parte de papá, aquellos marcos que revelan más sobre ti que lo que dices que eres, dentro de ellos estaban unas fotografías estáticas y unos videos en movimiento, estas dos escenas juntas lograron hacer que me imaginara toda una escena, el lugar, los olores, el ruido, la calle, la ciudad, la relación de las personas retratadas, la quietud, algunas escenas aunque estuvieran en movimiento se veían como congeladas en el tiempo y parecían perpetuar esos movimientos infinitamente.
Seguí mi camino y observe unas imágenes deslizándose por entre un rio, como si el agua significara el tiempo que pasa rápidamente y la fotografía fuera la vida misma y toda la escena fuera un olvido frío, como aquellos amaneceres cuando uno se levanta y comienza a revisar su pasado con nostalgia y tristeza, sin poder arreglar nada y el tiempo te arrastra indolentemente al futuro, un pasado colombiano lleno de personas arrebatadas y llevadas por entre los ríos, el video estaba hecho con amor pero era igualmente indolente, y además, la disposición de las pantallas verticales parecían tener alegoría al cuerpo en sí.
Pase a otra sala y me encontré con muchos cuerpos, vi rostros que se diluían, vi cuerpos que se deformaban, cuerpos en tensión, y recordé la ciudad a la que pise al entrar y entendí que era también una relación de cuerpo, una relación de micro a macro, ya que las calles y los pasajes de aquella ciudad hacen referencia a los conductos, venas, arterias, vejigas de aquel cuerpo que habita ese espacio, una ciudad rota, muchos cuerpos rotos.
En una sola sala vi cómo se evoluciona a través de los años alrededor de un mismo tema, pasando por el dibujo a carboncillo y como este se va desdibujando a partir de una inquietud que traspasa el medio y te obliga a ser más intuitivo, menos racional frente a lo que te enfrentas, te invita al juego, a un juego atento – desatento y auto reflexivo frente a tus propias preocupaciones. Un dibujo que revisa la fotografía, una fotografía que deviene en video, un video que vuelve la mirada hacia el dibujo… de nuevo encuentro la misma condición cíclica de tiempo que no deja de entre-tejerse circularmente.
Pase atento por toda la serie de Narcisos que ya había observado en algunas exposiciones y a través de youtube, escuche a muchas personas preguntarse el cómo lo habría logrado, de que estaba hecho, y quedar fascinados por ese acto mágico de aparecer y desaparecer un rostro hecho con aquellos materiales tan frágiles.
Tal vez como ya conocía la manera en que estaban hechos pude concentrarme más en la relación entre el mito y su relación con la imagen, dos imágenes que tratan de ser una pero que a medida que se acercan se desfiguran hasta el punto de volverse una mancha e irse por el sifón y luego de vuelta a empezar, que ciclo tan angustiante aquel, la imposibilidad de conciliar la dualidad de un cuerpo, la imposibilidad de tener algo sólido, la imposibilidad de tener forma, la posibilidad de fluir, la posibilidad de irse, la posibilidad de no querer definirse, reposé entonces en una paz por aceptar aquella condición ondulante acerca de la vida misma, no posees nada, eres el ciclo en sí y al mismo tiempo no lo eres, y todo conduce a un mismo punto.
Narciso se encuentra en mi memoria como reposando inerte en el fondo del lavamanos, tal vez por que funciona como una ventana que mira a otra ventana, así como las obras de Muñoz, un tiempo que contiene mucho tiempos, una ciudad formada de muchos cuerpos, un ciclo incesante que se vierte y revierte, un pasado fundido en el futuro, un dibujo que mira una fotografía, una fotografía que nace de un dibujo, un video que surge de lo inmóvil, al parecer, toda su obra hace alusión al infinito.
Urielk